Nota / 6

 

Dualismo / no dualismo



Cuando observas un pensamiento, no sólo te vuelves consciente de su presencia, sino que también reconoces al testigo que lo observa: esa conciencia silenciosa que está siempre más allá del pensamiento mismo. En ese instante, surge una nueva dimensión de la consciencia, una que no se identifica ni se funde con el contenido mental, sino que simplemente presencia. Al no alimentar ni aferrarte al pensamiento, éste pierde su energía y comienza a disiparse, dando lugar a la liberación de la mente del patrón habitual de pensamientos involuntarios y compulsivos.

Este espacio que emerge entre un pensamiento y otro, esa pausa en el flujo mental, es un portal hacia la experiencia directa de la calma interior. Al principio, estas breves interrupciones pueden durar solo unos segundos, pero con la práctica sostenida, se irán expandiendo, revelando una quietud profunda y natural. Esta quietud no es algo que se crea ni se busca fuera, sino el reconocimiento de tu estado esencial, un estado de unidad con el Ser que siempre ha estado presente, pero que la mente, en su agitación, oscurece.

Con el tiempo, esta presencia silenciosa se profundiza, y junto con ella surge un sutil resplandor de alegría que brota desde el fondo mismo del ser. Es la alegría pura de existir, despojada de condicionamientos y pensamientos, una dicha que no depende de nada externo, sino que es la esencia misma de la vida manifestándose en ti. Practicar esta observación consciente es cultivar el despertar, un camino hacia la libertad y la paz que no tiene fin.






No se trata de un estado de trance ni de pérdida del conocimiento; al contrario, es un despertar profundo. Si la paz interior implicara una disminución de la conciencia o si el silencio requiriera renunciar a la vitalidad y a la plena atención, entonces no sería un camino digno. En este estado de conexión con la propia esencia, la claridad y la presencia se intensifican, la mente se aquieta y, sin embargo, la alerta y la vivacidad aumentan. Estás más despierto, más consciente que nunca, plenamente en el aquí y ahora.

Además, esta presencia despierta eleva la frecuencia vibratoria del campo energético que sostiene el cuerpo, integrando cuerpo y mente en una armonía sutil y profunda. Conforme te adentras en el reino de la “no-mente”, un espacio donde la mente se aquieta pero la conciencia se expande, comienzas a experimentar la conciencia pura: una vivencia directa de tu propia presencia que trasciende cualquier pensamiento, emoción o percepción física.

En este estado, la sensación de ser se manifiesta con una intensidad y alegría que hace que todo lo que antes parecía importante —los pensamientos, las emociones, el cuerpo, el mundo exterior— pierda su peso relativo. No es un retiro egoísta, sino un desvanecimiento del ego mismo, un ir más allá de los límites del “yo” que conocías. Esta Presencia es a la vez tu esencia más profunda y una realidad vastamente mayor que tu identidad limitada. Puede parecer paradójico, pero solo desde esta paradoja se puede vislumbrar la naturaleza verdadera del ser.





En lugar de simplemente observar el pensamiento, puedes generar una pausa en el flujo mental trasladando tu atención plena al instante presente. Al tomar conciencia profunda del “ahora”, creas un espacio interior libre de pensamientos, un vacío de no-mente donde la conciencia se mantiene clara, alerta y despierta sin estar atrapada en la actividad mental. Esta es la esencia auténtica de la meditación: estar plenamente presente sin la interferencia del ruido mental.

Este estado no está reservado para momentos especiales o sesiones formales, sino que puede integrarse en la vida cotidiana. Al dedicar atención total a las actividades más simples —que normalmente ejecutamos de manera automática o como un medio para otro fin— transformas cada acción en un fin en sí misma. Por ejemplo, al subir o bajar escaleras, observa cuidadosamente cada paso, cada movimiento de tu cuerpo, y siente también tu respiración. Permanece completamente presente en ese acto. De igual manera, al lavarte las manos, atiende con sensibilidad el sonido y la sensación del agua, el tacto del jabón, el aroma, el movimiento de tus dedos. O al sentarte en el automóvil, después de cerrar la puerta, permite unos segundos para reconocer el flujo natural de tu respiración y experimentar la presencia silenciosa pero profunda que habita en ti.

Un criterio simple para evaluar tu progreso en esta práctica es la paz interior que surge espontáneamente. Mientras más se profundiza esta atención plena al presente, más se revela ese espacio de calma y claridad que siempre ha estado ahí, esperando ser reconocido. Este despertar a la vida cotidiana es la puerta para una existencia más consciente, libre y en armonía.




El paso fundamental en el camino hacia la liberación es aprender a desvincularte de la mente. Cada vez que logras crear una pausa en el flujo constante de pensamientos, la luz de la conciencia se vuelve más clara y poderosa. Con el tiempo, esa voz interna que antes parecía tan dominante se convierte en algo que puedes observar con una sonrisa, como quien contempla las travesuras inocentes de un niño.

Este cambio refleja un despertar profundo: ya no te identificas con el contenido mental ni permites que defina quién eres. La verdadera identidad no está atada a esos pensamientos pasajeros, sino que se encuentra más allá, en la presencia silenciosa y eterna que los observa. Al soltar el apego a la mente, abres el espacio para experimentar la libertad genuina y la paz que son la esencia del despertar.

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